
En este sentido, adquiere suma importancia el rol que decida desempeñar la dirección. Ésta puede optar por ejercer una gestión del cambio con tintes pesimistas, o por el contrario, apostar por una gestión optimista, cuyo acento se sitúe sobre las personas.
Evidentemente, la clave o el secreto del éxito en la gestión de los cambios no se oculta bajo una sola variable, sino en una complejidad de atributos y condiciones difícilmente desplegables en unas líneas.
Sin embargo, existe una característica de cuyo desarrollo depende en gran medida el tan ansiado éxito.

Pero para atreverse a dar el paso también habrá que afrontar el cambio con cierto optimismo. Optimismo en que el cambio nos da la oportunidad de superarnos, empleando tanto nuestros propios recursos como los del entorno, y para ello es fundamental que confiemos en nosotros mismos y en que poseemos esos recursos.
Las especies que hoy habitan la tierra se han ido adaptando a los cambios durante millones de años, y aquí estamos nosotros con toda esa experiencia grabada en nuestro ADN.
Podemos confiar en nuestra capacidad de gestionar los cambios.
No se trata de un falso sentido de invulnerabilidad o de euforia, sino de percibir que el medio y sus dificultades pueden prosperar a través de nuestra experiencia, conocimientos, manejo emocional adecuado y creatividad, recursos adquiridos a lo largo de nuestra vida.
Así pues, el primer peldaño para lograr el éxito en la gestión del cambio es contar con líderes optimistas que desarrollen de valores y actitudes positivas en los equipos de trabajo, capacitándoles para asumir iniciativas y riesgos, y creando un ambiente proclive a la innovación y al pensamiento abierto.
Me parece muy importante la conclusión que se puede extraer de este texto: Optimismo frente a Miedo, el enfoque positivo ante los cambios.
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